Este miércoles 21 de Diciembre del 2011 comenzó la tercera y última temporada de la telenovela Bajo el mismo sol, Desarraigo, dirigida, como la primera entrega, por Jorge Alonso Padilla. Serán 40 capítulos en los que asumirán el protagonismo personajes y tramas secundarios de las dos propuestas anteriores. Si en la primera temporada se hablaba de los problemas de las parejas y en la segunda sobre la soledad, esta entrega hace énfasis sobre todo en el drama de los hijos abandonados.
Claro que esos son los asuntos rectores, pero Bajo el mismo sol ha cubierto un amplísimo espectro de temas, muchos de ellos bastante “complicados”, todos enraizados en el aquí y el ahora de este país. El libreto de Freddy Domínguez mantuvo en las dos primeras temporadas las mismas intensidades y el mismo compromiso.
Domínguez ha pulsado con inteligencia y honestidad la realidad nuestra de cada día. Sin morbo, pero sin complacencias. En Soledad, la temporada que concluyó el pasado viernes, algunos espectadores pudieron haberse confundido (o incluso molestado) con el paralelismo y la ocasional interacción de las líneas argumentales de las dos temporadas, pero es evidente que el autor delimitó muy bien los ámbitos y el espacio temporal de las historias.
Es cierto que faltó algo de síntesis. Algunas de las tramas se extendieron demasiado sin que aparecieran nuevos elementos de conflicto. Fue el caso de la de Rudy, su madre y Simón; o la de Odalys y su esposo abusador. El escritor insistió en la acumulación, más que en la diversidad de los planteamientos.
Es cierto que faltó algo de síntesis. Algunas de las tramas se extendieron demasiado sin que aparecieran nuevos elementos de conflicto. Fue el caso de la de Rudy, su madre y Simón; o la de Odalys y su esposo abusador. El escritor insistió en la acumulación, más que en la diversidad de los planteamientos.
Pero es indudable que Soledad es un ejemplo de que tan o más importante que los recursos es el talento y la capacidad para usarlos. Hacía varios años que la Televisión Cubana no producía una serie dramatizada con ese vuelo y corrección.
Este viernes asistimos al último capítulo de un producto bien logrado, que marcó un salto de calidad respecto a la temporada precedente. Apreciamos una dirección equilibrada, a la altura de la historia y pendiente de todos los aspectos formales. Lo más notable (teniendo en cuenta los desniveles que se aprecian en nuestra televisión) fue la calidad de la imagen misma.
Uno puede llegar a preguntarse: ¿tuvo este grupo de realización, dirigido por Roberto Fiallo, mejor técnica que otros? Porque algo sí resulta evidente: hubo más limpieza en los encuadres y tiros de cámara, más imaginación en las composiciones, más cuidado en el balance de colores y contrastes.
La fotografía superó la funcionalidad: aquí y allá nos regaló imágenes de gran belleza; pero no de una belleza gratuita, sino perfectamente acoplada con las exigencias dramáticas. El diseño de iluminación respetó (e incluso, estableció) la naturaleza y distinción de los espacios. La escenografía fue verosímil, sin grandes alardes y perfectamente “calzada” por una ambientación sensible, siempre dialogante con las características de los personajes y sus circunstancias.
La fotografía superó la funcionalidad: aquí y allá nos regaló imágenes de gran belleza; pero no de una belleza gratuita, sino perfectamente acoplada con las exigencias dramáticas. El diseño de iluminación respetó (e incluso, estableció) la naturaleza y distinción de los espacios. La escenografía fue verosímil, sin grandes alardes y perfectamente “calzada” por una ambientación sensible, siempre dialogante con las características de los personajes y sus circunstancias.
Toda esta armonía tuvo su mayor plenitud en un set que tiene que ser uno de los más hermosos de los últimos años en la televisión: la casa del viejo Simón, llena de recovecos y angulosidades, sombras y medias luces, muebles y adornos… que armaron un entramado de exquisita plasticidad.
Hablábamos de la calidad visual, pero eso no significa que los realizadores se hayan regodeado en esos elementos. No hubo aquí una vocación esteticista, que dejara a la historia en un segundo plano. Aquí, primero que todo, se tuvo en cuenta a los personajes y sus itinerarios.
La dirección de actores garantizó un nivel más que satisfactorio en los desempeños. Claro, hay quien brilló: Mariela Bejerano (Leslie), un prodigio de organicidad; Julio César Ramírez (Saúl), contundente en sus transiciones, en sus matices; Raúl Pomares (Simón), que actúa como si no necesitara un guión que lo sostuviera... Pero casi todo el elenco, incluyendo a los debutantes, asumió sus roles con naturalidad y convencimiento.
Todo funcionó en la puesta: la edición, la musicalización, el sonido… Ojalá esta temporada marque pautas en la producción de dramatizados en Cuba.
Capitulo # 1